Gran parte de los lectores y críticos literarios concuerdan
en que Sherlock Holmes fue un personaje frío, excéntrico, narcisista, “autómata”, “máquina calculadora” y
carente de empatía. Pero también un misógino, que odiaba a las mujeres, que las
veía como seres inferiores. Sin embargo, ¿son ciertas todas estas cualidades de
un personaje que se convirtió en el arquetipo del detective privado?
Hay que tener en cuenta que la mayoría de los casos son
relatados por el propio Watson (excepto la serie denominada “Las memorias de Sherlock Holomes” que el
mismo detective se encarga de narrar), que lo muestra desde una perspectiva
subjetiva. Tendremos que leer entre líneas y discernir lo que es una opinión de
Watson y una descripción del detective.
También podrán observarse dos realidades totalmente
distintas: la de Sherlock Holmes como persona y la de investigador privado. Cada
vez que se embarca en un caso se produce esa metamorfosis que lo convierte en un
enérgico ser razonador que impide que las emociones no afecten a la
investigación. Por el contrario, cuando no ejercita su mente cae en depresión,
apatía y se aferra a la droga como estimulante artificial.
Una primera impresión
subjetiva y prematura
La primera referencia que tenemos de Sherlock Holmes nos
llega del doctor John H. Watson en “Estudio
en escarlata”. Esta obra fue publicada por la revista Beeton's Christmas Annual en noviembre de 1887.
Era un 4 de marzo de 1881 cuando Watson se encuentra con Stamford,
un joven practicante que trabajó bajo sus órdenes en el St Bartholomew's
Hospital. Ese día le presentó a Sherlock Holmes que también buscaba un
apartamento. Al día siguiente ambos fueron a la calle Baker Street para
alquilar las habitaciones.
Una semana después de instalarse, Watson se atrevió a describir
las costumbres y conocimientos de Holmes. Obtuvo una primera impresión
superficial: acostarse y levantarse temprano; investigar en "el laboratorio de química o en la sala de
disección"; y dar largos paseos por los suburbios londinenses. Eso sí,
cuando su mente se estancaba en una
aburrida monotonía de la existencia, se entregaba a algún tipo de droga:
"En tales ocasiones no dejaba de
percibir en sus ojos cierta expresión
perdida y como ausente que, a no ser por la templanza y limpieza de su vida
toda, me habría atrevido a imputar al efecto de algún narcótico". En
lo referente a los conocimientos, eran limitados y siempre enfocados a las ciencias exactas: botánica, química y
geología. Aunque también poseía cierta noción práctica de legislación y
literatura sensacionalista.
Al final reconoció que sus pesquisas no eran del todo
realistas: “al llegar a este punto,
desesperado, arrojé la lista al fuego. «Si para adivinar lo que este tipo se
propone –me dije- he de buscar qué profesión corresponde al común denominador
de sus talentos, puedo ya darme por vencido»”.
Aquel soldado herido en Afganistán no sabía que todo el
universo de Sherlock Holmes giraba en torno a su trabajo. Solo recorría los lugares
que para él tenían interés y adquiría más que los conocimientos necesarios para
ejercer perfectamente su profesión. Resolver un enigma requería mucha
información práctica y dotes razonadoras. Él era un ilustrado, un positivista
contrario al romanticismo de Watson. En el momento en que encendía su pipa de
espuma Sherlock Holmes se convertía en el reflejo de toda ciencia exacta: frío
y carente de emoción.
Desde esta primera novela hasta la última vamos a encontrar
a dos Holmes: el hombre y el detective.
La persona como un
factor del problema
Dos años más tarde, con la publicación de “El signo de los cuatro”, nos da la clave
de su frialdad a la hora de investigar un caso y la importancia de no llevarse
por las emociones. Es aquí cuando surge el tema de la mujer y motivo del
presunto odio hacia ella.
Tras atender el caso de la Srta. Morstan, Watson hace
referencia a su extraordinaria belleza:
“-¿De veras? –dijo con
languidez-. No me fijé.
-Es usted un autómata,
una máquina calculadora –exclamé-. Hay momentos en que observo en usted algo
positivamente inhumano.
Holmes se sonrió
amablemente y dijo:
-Es de primordial
importancia no dejar que nuestro razonamiento resulte influido por las
cualidades personales. Para mí el cliente es una simple unidad, un factor del
problema. Los factores personales son antagónicos del razonar sereno. Le
aseguro que la mujer más encantadora que yo conocí fue ahorcada por haber
envenenado a tres niños pequeños para cobrar el dinero del seguro; en cambio,
el hombre físicamente más repugnante de todos mis conocidos es un filántropo
que lleva gastado casi un cuarto de millón de libras en los pobres de Londres.
-Sin embargo, en este
caso…
-Nunca hay
excepciones. La excepción rompe la regla…”
El único error que Conan Doyle pudo cometer en boca de
Sherlock Holmes fue la de poner como ejemplo a una mujer asesina y no un
hombre. Para el Holmes detective una persona forma parte de la ecuación, es un
elemento más que ayuda a resolver el delito. Es irrelevante que se trate de
hombre o mujer. De los 60 casos publicados, en ninguno se hace alusión
despectiva hacia el sexo femenino.
Cuando el detective
fue humano por un momento
A pesar de su aparente frialdad, hubo ocasiones en las que
Holmes se conmovió. Fue en el caso de “El
cliente ilustre”. Le contrataron para evitar que el barón Gruner, asesino
austríaco, se casara con la joven y rica Violeta de Merville. Uno de sus
informantes le presentó a la señorita Kitty Winter, que había sido una de las
muchas amantes del barón. Según ella, Gruner solía coleccionar mujeres y
registrar sus relaciones en un libro. En él guardaba fotografías y anotaba
todos los detalles íntimos de las mujeres. Desgraciadamente Kitty formaba parte
de aquella repugnante colección.
Al día siguiente Holmes y Kitty visitan a Violeta de
Merville, encontrando a una mujer tan ciega de amor y fría que el hombre-detective
no pudo resistir la “debilidad humana”:
“Le tuve compasión,
Watson. En aquel momento pensé en ella como habría pensado en una hija mía.
Rara vez soy elocuente. Yo manejo mi cerebro, no mi corazón. Pero la verdad es
que empleé con ella las frases más calurosas que fui capaz de encontrar en mi
manera de ser. Le pinté la situación espantosa de la mujer que se despierta
para conocer el verdadero carácter de un hombre después que ya es su esposa; de
una mujer que tiene que resignarse a ser acariciada por manos manchadas de
sangre y labios de sanguijuela. No me olvidé de nada; de la vergüenza, del
terror, de la angustia, de la irremediabilidad de todo ello. Mis frases
conmovidas no consiguieron teñir con una sola pincelada de color aquellas
mejillas de marfil, ni hacer que en sus ojos ensimismados brillase un solo
destello de emoción. Recordé lo que aquel canalla me había dicho acerca de la
influencia posthipnótica. Se hubiera dicho que la joven vivía por encima de lo
terrenal en un sueño de éxtasis”.
Muy pocas veces se ha podido ver a Sherlock Holmes tan
humano y emocional como en este caso.
La complejidad de la
mujer
En el caso de “La
segunda mancha”, Holmes reconoce la complejidad de la mujer a la hora de
analizarla. En aquel momento estaba investigando el robo de una carta que, de
hacerse pública, podría desatar una guerra entre dos potencias extranjeras. La
carta se perdió cuando estaba en posesión de Trelawney Hope, Ministro de
Asuntos Europeos. Sorprendentemente acudió la esposa del ministro con la
intención de saber el contenido de la carta que se había robado y las
consecuencias. Holmes no pudo responder más que con evasivas a lo que la mujer
no le reprochó guardar el secreto profesional.
Aquella mujer resultó ser un misterio, no solo por la visita
sino por como actuó:
“-Bueno, Watson, el
bello sexo es su especialidad –dijo Holmes con una sonrisa cuando el ondulante
frutú de las faldeas concluyó con un portazo-. ¿A qué juega esta dama?
-Me parece que lo ha
dicho bien claro, y su ansiedad es muy natural.
-¡Hum! Piense en su
aspecto, Watson, en su manera de actuar, en su excitación contenida, su
inquietud, su insistencia en hacer preguntas. Recuerde que pertenece a una
casta que no suele exteriorizar sus emociones.
-Desde luego, venía
muy alterada.
-Recuerde también el
curioso convencimiento con que nos aseguró que sería mejor para su marido que
ella lo supiera todo. ¿Qué quería decir con eso? Y se habrá fijado usted,
Watson, en cómo se situó para tener la luz a la espalda. No quería que
leyésemos su cara.
-Sí, se sentó en la
única silla de la habitación.
-Sin embargo, los
motivos de las mujeres son tan inescrutables… ¿Se acuerda de aquella mujer de
Margate, de la que yo sospeché por la misma razón? Y lo que sucedía era que no
se había empolvado la nariz. ¿Cómo puedes construir algo sobre bases tan
movedizas? Sus actos más triviales pueden significar una inmensidad, y sus
comportamientos más extraordinarios pueden depender de una horquilla o un
rizador de pelo…”
Incluso para el más extraordinario de los detectives
privados la mujer suponía un misterio. No viene a decir que fuera un ser
inferior, como así se entendía en la Inglaterra Victoriana, sino un universo insondable
en el que solo con los detalles más insignificantes era posible conocer sus
intenciones, sus pensamientos y acciones. Si Holmes era atraído por los
enigmas, sin duda también por la mujer a nivel psicológico. De nuevo
encontramos la dualidad Holmes-racional y Watson-emocional.
Al final del relato Sherlock Holmes necesita que ella le
explique cómo llegó la carta a manos de un chantajista asesinado. En la cadena
de razonamientos había ciertos eslabones que solo una mujer podía descubrir
para resolver el misterio. Sin esta aportación de ella y con la sola
explicación de Holmes, el relato hubiera estado incompleto.
La mujer
En el caso del “Escándalo
en Bohemia” Conan Doyle pone en boca de Watson, y no de Holmes, la palabra sexo débil para referirse a las mujeres.
Hay que recordar que el veterano de guerra encarna el espíritu victoriano de la
época: moralista, tradicional y puritano. Era normal que tuviera la imagen de
una mujer sumisa, dedicada a las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. En
cambio Holmes, estaba al margen de todo ello.
Esa dualidad que les distinguía la definió perfectamente
hablando de su distanciamiento con Holmes: “Mi
matrimonio nos había alejado. Mi propia felicidad y los intereses domésticos
que surgen alrededor del hombre que se encuentra por primera vez convertido en
amo y señor de su casa, eran suficientes para absorber toda mi atención;
mientras que Holmes, que odiaba cualquier forma de sociedad con toda su alma de
bohemio, permaneció en nuestras habitaciones de Baker Street…”
Nuevamente el doctor Watson habla del Sherlock Holmes
positivista cuando se refiere a la relación con las mujeres. Y lo hace desde
esa perspectiva de hombre detective, no de hombre vulgar: “Es, puedo asegurarlo, la máquina de observación y razonamiento más
perfecta que el mundo ha visto; pero como amante, como enamorado, Sherlock
Holmes había estado en una posición completamente falsa”. Es lógico que un investigador, en el ejercicio
de su profesión, sea mal amante porque las emociones suponen un obstáculo.
Y esto fue lo que le ocurrió a Sherlock Holmes: bien se
llevó por las emociones, cosa extraña, o infravaloró la capacidad de la mujer a
la que estaba investigando.
Su misión era recuperar una fotografía en la que salía el
rey de Bohemia con una conocida actriz llamada Irene Adler. Aunque en el
momento de fotografiarse él era príncipe, creía que tal indiscreción podía
servir a la mujer para chantajearle.
Lo que parecía un trabajo fácil, recuperar la fotografía,
resultó no serlo tanto. El escándalo no llegó a producirse pero tampoco la
consiguieron. El rey quedó satisfecho sabiendo que ella nunca mancharía su
reputación y Holmes recibió una lección: ella le había descubierto igual que la
presa al cazador.
Ese giro de verse superado por una mujer, y sobretodo
derrotado, hizo cambiar su perspectiva sobre ellas: “De lo que he visto de esa dama, me parece que realmente está en un
nivel muy diferente al de Su Majestad —dijo Holmes con frialdad—. Siento no
haber podido llevar el negocio de Su Majestad a una conclusión más feliz”.
Irene Adler dejó una carta para Holmes en la que explicaba
cómo le había descubierto y para el rey de Bohemia una fotografía suya. Aquí
podemos ver por primera vez a un Sherlock Holmes romántico llevado por las
emociones:
“—Me siento
inmensamente agradecido con usted. Le suplico que me diga en qué forma puedo
recompensarlo. Este anillo... —extrajo de su dedo un anillo en forma de
serpiente, con una gran esmeralda en el centro, y lo extendió hasta mi amigo,
colocándolo en la palma de su mano.
—Su Majestad tiene
algo que vale mucho más para mí —dijo Holmes.
—No tiene más que
pedirlo.
—¡Esta fotografía!
El rey lo miró con
expresión de asombro.
—¿La fotografía de
Irene? —gritó—. Si la quiere, es suya.”
Watson se da cuenta del cambio producido en su amigo dejando
constancia al final del relato:
“Y así fue como
terminó un escándalo que amenazaba afectar seriamente el reino de Bohemia. Y
así fue también como los mejores planes de Sherlock Holmes fueron arruinados
por el ingenio de una mujer. Antiguamente mi compañero acostumbraba burlarse
mucho de la supuesta inteligencia femenina, pero no he oído que lo haga a
últimas fechas. Y cuando habla de Irene Adler, o cuando se refiere a su
fotografía, siempre lo hace bajo el honorable título de la mujer”.
Exigencias del guión
Es inevitable que Conan Doyle creara un personaje acorde a
lo que la novela policíaca exigía. Si esta se oponía a los irracionales géneros
romántico y gótico, debía introducir elementos de la Ilustración, del heredado
Siglo de las luces: racionalismo y positivismo. El crimen es un enigma para la
razón y quien mejor que un personaje falto de emociones, frío, calculador y
metódico para encarnar el prototipo de detective privado.
Sherlock Holmes como profesional debía desempeñar ese papel.
Y, a pesar de ello, era incapaz de ocultar su lado humano con las mujeres y
profesarle su admiración.
Edgar Allan Poe sentó las bases con su personaje C. Auguste
Dupin, pero Conan Doyle lo perfeccionó y le dio la inmortalidad.
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