Hasta la segunda mitad del siglo XVIII, Europa y Estados Unidos vivían en una dura y pésima economía rural donde el nivel de analfabetización era alto. Pocos sabían leer y escribir y las historias tradicionales eran básicamente orales. Sin embargo, algo estaba cambiando con la Revolución Industrial.
Por un lado el crecimiento de la industria permitió multiplicar la producción en menor tiempo y elevar la renta. Había trabajo para todos con un sueldo aceptable. Ya podían dormir por la noche sin temer a la sequía o inundaciones. La idea de una vida mejor, sin apenas preocupaciones, llevó a una gran parte de los campesinos a emigrar a las grandes ciudades.
También la industrialización impulsó los adelantos técnicos, sobretodo en la producción editorial. Las nuevas máquinas impresas hacían posibles grandes tiradas de libros y prensa. Supuso doble negocio ya que primero debían aprender a leer, gracias a sus manuales de gramática, para luego deleitarse con la prensa amarilla y los folletines. Un claro ejemplo fue Alejandro Dumas padre que presuntamente publicó 1.200 obras. Y digo presuntamente porque a su cargo tenía muchos “negros” que escribían novelas que luego el propio Dumas firmaba. Todo para entretener a los lectores mientras escribía en su modesto castillo a las afueras de París.
Sin embargo, el aumento de población en las ciudades y la aparición de barrios marginales hicieron que aumentara la criminalidad. Como es natural, los gobiernos tuvieron que crear cuerpos de policía especializados y dotados con los medios y conocimientos más avanzados para combatir el crimen. A modo de ejemplo, encontramos Scotland Yard en Reino Unido; sergents de vílle en Francia; Toronto Pólice de Canadá; Policía de Boston, Nueva York y Filadelfia en Estados Unidos; Policía General de Vigilancia y Seguridad Pública del Reino y, posteriormente, el Cuerpo de la Guardia Civil en España; y Cuerpo de Carabineros junto con Corpo delle Guardie di Pubblica sicurezza en Italia.
Una luz racional ilumina el crimen
Si unimos la masificación de gente en las ciudades, el interés por publicar noticias sensacionalistas y el aumento de los delitos, mezclado con la presunta incompetencia de la policía, según los escritores de la época, obtenemos el mejor caldo de cultivo para cocinar el género literario perfecto: la novela policíaca. Si a ello le añadimos una buena cantidad de racionalismo y positivismo tan común en la época, la novela se convierte en única. Y no es que fuera tan fría como el Quinto postulado de Euclides, pero la razón, el pensamiento analítico y deductivo, imperaban por encima de la sobrenatural literatura Gótica.
Madame L'Espanaye y Mademoiselle Camille L'Espanaye: las primeras víctimas
Oficialmente el pobre desgraciado y atormentado (en vida y muerte) escritor estadounidense Edgar Allan Poe fue el encargado de preparar, en 1841, el primer asesinado del género policíaco en lo que se denominó explícitamente: Los crímenes de la calle Morgue. Y como era de esperar, presenta al primer detective con unas determinadas características: C. Auguste Dupin. Al año siguiente se despiertan con la desaparición y asesinado de la joven y bella Marie Rogêt. Afortunadamente, dos años más tarde se cometió un delito sin cadáver en la escena: La carta robada.
En los tres casos Poe nos presenta a un detective aficionado, que no pertenece a la policía ni posee una agencia. Se trata de una persona fría, excéntrica, algo narcisista, pero con una extraordinaria capacidad de observación y deducción. Y como no puede estar en dos tareas a la vez, un amigo suyo se presta a narrar las investigaciones, además de ayudarle a resolver el misterio. A diferencia de la técnica policial que, según el protagonista deja mucho que desear, Dupin se permite resolver el crimen sin salir de casa, extrayendo la información de los periódicos para luego seguir la pista mediante la razón.
Del estereotipo de C. Auguste Dupin saldrán, con algunas modificaciones insustanciales, los posteriores detectives de la novela policíaca.
Las tres líneas de investigación
Agatha Christie también utilizó la razón, con su personaje Hércules Poirot, como única fuente de conocimiento para llegar a la verdad. Y a diferencia de lo que pueda pensarse, dentro de la novela policíaca existieron tres tipos de novelas según el método utilizado:
1.- Racionalista en la que personajes como Dupin o Poirot utilizan únicamente la razón para resolver el enigma.
2.- Moralista o psicológica, que utilizarán los personajes Ms. Marple, Padre Brown y Maigret, basándose en la razón junto con el análisis psicológico de los personajes.
3.- Empírica, propia de Holmes y Perry Mason donde no solo utiliza la razón sino también la ciencia y técnica.
La estructura más simple de la literatura
¿Cómo es la estructura de la novela policíaca? Es muy simple: se produce un acto criminal, normalmente asesinato, una investigación por parte del detective y el descubrimiento del criminal y la forma en que lo hizo.
Esta estructura se utilizó en la novela policía clásica hasta que los escritores fueron buscando otras fórmulas como desvelar la identidad del asesino y buscar la forma de detenerlo; o centrar el interés en el asesino y ver cómo era capaz de eludir la justicia.
La muerte de la novela policíaca clásica a manos de la corrupción y las mafias
Como todo género que se explote durante mucho tiempo va perdiendo originalidad e interés. Los tiempos cambian y con ellos los gustos. Y eso le ocurrió a la novela policíaca. A principios del siglo XX el cielo literario se cubrió de negro. Ya nadie hacía caso al cadáver, el detective sufría un declive racional y la policía… no solo seguía siendo inepta, también corrupta. Como un espectro surgido de la cripta gótica, surge la novela negra para denunciar las injusticias sociales. Sherlock Holmes estaba agonizando.
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