sábado, 6 de junio de 2020

Crímenes anteriores a Allan Poe

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Muchos autores dicen que antes de que se cometieran Los crímenes de la calle Morgue no existía ningún detective aficionado tan prepotente, narcisista, excéntrico y frío, pero con extraordinarias cualidades deductivas y de observación. Y es cierto. Pero sí existieron los asesinatos y personajes que lucharon por la justicia.

 

Al principio de los tiempos…

Si tuviéramos que hablar de la prehistoria literaria qué mejor ejemplo que Abel y su celoso hermano Caín. Según el Génesis, los dos hijos de Adán y Eva presentaron sus sacrificios a Dios y este le gustó los de Abel. Como es natural, Caín que era muy envidioso y tenía muchos celos de su hermano pequeño, decide zanjar la cuestión asesinándolo y escondiendo su cuerpo. Era el primer crimen de la cultura judeo-cristiana-musulmana. Ante la ausencia del buen Abel, Dios interroga a Caín acerca de su paradero y este no debe contestarle muy bien porque el Gran Juez lo condena a vagar por la tierra.

De los primeros detectives aficionados de la historia está el profeta Daniel. Parece que de niño ya tenía dotes para esclarecer delitos y hacer justicia. Un primer relato nos habla de Susana, esposa de un rico judío exiliado en Babilonia. Parece que era tan bella y hermosa que levantó las pasiones de dos ancianos jueces judíos. Estos intentaron abusar de ella cuando, según algunos, se disponía a bañarse con aceites y esencias aromáticas. El ambiente estaba caldeado. Ella se resistió y los dos ancianos la denunciaron falsamente de adulterio. Es llevada a juicio y condenada a la dolorosa pena de morir apedreada. Y como toda trama de intriga, llega el pequeño profeta Daniel cuando se disponían a tirar la primera piedra y paraliza la ejecución. Pide interrogar a los dos ancianos que, algo seniles, se contradicen. ¿Cuál fue la pregunta clave que llevó a esa conclusión? Como buen detective, les preguntó cómo se llamaba el árbol donde la adúltera consumó el delito con su supuesto amante. Serían los años o el calor de aquel día, lo cierto es que uno dijo que era un lentisco y el otro que bajo una encina. No había duda. Ella era inocente. Y como todo estaba preparado, piedras en mano incluidas, decidieron apedrear a los dos ancianos.


Otro ejemplo lo encontramos años más tarde, cuando en tiempos del emperador de Persia, Ciro I el grande, había una gran estatua del patrono y protector de Babilonia, llamado Bel, en una cámara totalmente cerrada. Todos los días se ofrecían grandes cantidades de comida que, misteriosamente, eran devorados por este dios. Cierto día llegó el profeta Daniel y, con cierto escepticismo, afirmó que ni la estatua cobraba vida ni Bel era una verdadero dios. ¿Cómo descubrió el misterio? Esparció harina por el suelo de la cámara para que los ladrones dejaran sus huellas y saber por dónde entraban. Resultó que había un pasadizo oculto por el que los sacerdotes entraban y se llevaban los manjares para repartirlos con sus familias. En esta historia encontramos el primer enigma de la habitación cerrada que luego utilizaría Allan Poe en Los crímenes de la calle Morgue. Desgraciadamente no hubo muerto por medio.

 

Cuando un abogado encuentra beneficio en el crimen

En tiempos más recientes encontramos a un abogado francés, François Gayot de Pitaval, que hizo su agosto recopilando noticias sobre juicios penales. Por la década de los años veinte del siglo XVIII, cuando terminó de estudiar derecho a los cincuenta años, publicó unos 23 volúmenes de Casos célebres e interesantes sobre crímenes. Aunque no fue tan creativo como Allan Poe o Conan Doyle, sí que cultivó la semilla del crimen literario en los deseos de la gente.

 

Vidocq: el primer gran detective. O no...

Sin embargo, quien despertó realmente la curiosidad por el misterio y el crimen fue un personaje real que desde muy joven ya era amante de lo ajeno: Eugene-Francois Vidocq. Hasta su padre lo mandó a prisión durante diez días por robarles los cubiertos de plata. Su gran capacidad para convencer a la gente le permitió ganarse la vida como charlatán en una compañía de circo. Con el paso de los años iba mejorando la técnica de la falsificación de todo tipo de documentos. Fue un conocido de la policía hasta que en 1809 decide sentar la cabeza y trabajar como informante de la policía. Curiosamente, lo de ser chivato le dio buen resultado porque terminó trabajando extraoficialmente en la “brigada de seguridad”. Tenía el suficiente currículum delictivo como para comenzar de infiltrado. Tal fue su éxito que, como en todas partes, surgen detractores que lo critican, acusan y atacan. La envidia hizo que fuera expulsado de la policía, para limpiar la imagen el cuerpo, y montar la Oficina de información universal en interés del comercio, lo que hoy sería una agencia de detectives. En 1828 decide publicar sus Memorias sin saber que su figura se convertiría en el modelo a seguir del detective privado clásico. Escritores de su época llegaron a conocer sus aventuras e incluso coincidieron en 1834 en una cena. Fueron Balzac, Dumas y Hugo que asistieron a una de las cenas del filántropo francés Benjamin Appert donde conocieron a Vidocq y quizás, entre copas, hablaran de cómo llevar a cabo el crimen del siglo.

Imaginamos que del contacto con Vidoq surgieron Los crímenes célebres, una colección de ocho volúmenes dirigida por Alejandro Dumas.

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